jueves, 17 de febrero de 2011

Hay "Modas" que Vale la Pena Seguir

 Grace Jones en los 80s

Acabo de leer un post de mi hermana en Facebook que dice que las horrendas hombreras de los 80s-90s vuelven a estar de moda. Yo ni loca volvería a sucumbir a semejante horror dictado por quienes ya no encuentran que reciclar ante la falta de ideas para este nuevo siglo. Por qué no inventan mejor más y mejores textiles a bajo costo para vestir a los niños del mundo que pasan frío en invierno en todos los rincones miserables del mundo?
Pero mi entrada de hoy se refiere a una moda que creo que si debería imponerse. No me voy a extender en un análisis político de los acontecimientos recientes en el Medio Oriente, porque para eso están los periódicos y los analistas internacionales, pero quiero hacer referencia a la ola de hartazgo que viene levantándose desde Túnez desde el pasado Enero y que hemos visto triunfar en Egipto este Febrero, y que sigue extendiéndose en Yemen, Libia, Bahrein, Jordania, como caminito de pólvora mojada en proceso de secado: nadie esperaba que pudiera arder.
Independientemente de las consecuencias que la recién adquirida libertad pueda tener para los pueblos de Egipto y Túnez, lo maravilloso es que lograron derrocar sus respectivas dictaduras con acciones de protesta civil pacífica y organizada. Y nadie se fué para la playa, y nadie se fué para las discotecas el fin de semana, y nadie se fué a comprar a los centros comerciales, y nadie hizo fiesta. Durante 17 dias los egipcios le apostaron a la libertad sin dejarse amedrentar por las huestes violentas del dictador. En vez de salir huyendo de los sicarios de Mubarak, los egipcios se apostaron con coraje y con imaginación para enfrentar a los matones enviados por el régimen para destruirlos y desvanecer la protesta. No valieron camellos ni caballos ni piedras. El dictador se fué. Bravo Egipto!
Me parece que es una moda que vale la pena seguir, esa de erigirse en contra de un sistema opresor, autocrático y dictatorial. Esta vá para mis compatriotas: COJAN DATO, sigan la moda de la LIBERTAD, pero vístanse adecuadamente para resistir los embates del enemigo. Aquí les dejo el último grito en attire de protección patentado por los egipcios. Hay que vestirse apropiadamente para enfrentar la barbarie.
 Modelo "Motorizado," el más caro y resistente. Tiene la ventaja de que proteje también el área de los ojos
 Modelo "Vial." Relativamente fácil de conseguir, tiene la desventaja del colorido, fácilmente detectable en la distancia, haciéndolo blanco seguro
 Modelo "Olla de Cruzado Criollo." De fácil adquisición. Resistente. Puede ocasionar cierta comezón en la barbilla, dependiendo del mecate utilizado para ajustarlo
  Modelo "Bio-degradable." Solo funciona bien si se colocan varias capas de material "aislante" entre cabeza y casco. Muy ambientalista
 Modelo "De Pan también Vive el Hombre"" o "Casco Baguette y Plastic Wrap." Mi favorito! aunque yo le agregaría un pan Campesino arriba de la cabeza por posibles piedras de alto (y no largo) alcance. Mosca! que no aguanta palo de agua
 Modelo "Tobo." Un poco incómodo porque hay que estar sosteniéndolo para mantener la visual
 Modelo "Reciclemos por un Mundo Mejor." Muy práctico para los sedientos que no hallan que hacer con las botellas y tienen conciencia ambientalista.
 Modelo "Totuma Gigante." Económico, no muy resistente. Impráctico pero bueno para los dias soleados
 Modelo "pon la mata en la tierra y aprovecha la maceta." Aqui aplica lo mismo del anterior
  Modelo "Piedra pa que te Quiero." Este es un acertijo, además de pesado...

martes, 15 de febrero de 2011

El Sabor de la Parchita


Hay sabores que mas que quedarse pegados a la lengua se quedan pegados al alma y al sentimiento. Es por eso que en nuestro autoexilio nos negamos a renunciar a ellos y somos capaces de pagar elevadísimos precios por experimentar por pocos segundos esa caricia al paladar, por revivir esa nostalgia en la lengua.
A mi me pasa con muchos sabores. Extraño las cachapas con queso de mano porque son deliciosas, pero también porque me recuerdan viajes en carretera con mi papá de niña, camino a la playa. También de adulta, con los panas. Extraño las cocadas que nos tomábamos en Naiguatá, porque también se trataba de los viajes a la playa con mi papá. Extraño el café de la panadería, y los cachitos de jamón, porque me recuerdan mi independencia y por alguna razón, a pesar de la miserable remuneración, mi diario acontecer profesional en una ciudad caótica. Extraño un pescado frito con tostones y ensalada a la orilla de la playa, por eso, por la playa, y también por mi papá (hmm, papá-comida-playa, la combinación perfecta), con quién solíamos comerlo a menudo en un restaurant de Naiguatá cuando era muy niña. Esos sabores y sus recuerdos respectivos, son felices. Y por eso los extraño. Y cuando puedo reproducirlos, los sabores al menos, por algunos segundos, mientras disfruto poquito a poco del sabor en mi boca, alegrándome cada papila gustativa, mi alma se regocija mientras en mi cerebro se disparan las imágenes felices hermanadas a ese sabor para siempre.
Y las frutas? Hay un montón de frutas de mi tierra que añoro. Me veo recogiéndolas de los árboles, tomándolas en fruterias en batidos y jugos recién hechos. Dulces, ácidas, frescas.
Pero mi favorita es la parchita (Passiflora Edulis). La parchita o maracuja es uno de esos sabores autóctonos que me trae deliciosos recuerdos. En mi juventud, casi echo a perder el significado de esa dulzura acidita,  tomando guarapita de parchita en Choroní (para eso daba el presupuesto en aquellos dias), amaneciendo con terribles dolores de cabeza al dia siguiente. Pero afortunadamente están los recuerdos de la mousse de parchita de la pastelería Danubio y las largas tertulias con amigos mientras la acompañábamos con un café y buena conversa. O el jugo que me hacía mi abuelita, casi la puedo ver colándolo para sacarle las pepitas.
Hace unos dias, celebrando en casa de amigos, fuí testigo de la creación de un pie de parchita muy sui generis. Mi amigo lo preparó sin receta, y sin muchos ingredientes. Aquí se consigue el jugo concentrado y congelado en bolsitas (gracias a dios, el capitalismo y la globalización). Le quedó fantástico.
Yo me dije que también podía hacerlo y me aventuré este fin. Yo creí haber seguido sus pasos al pié de la letra cuando intenté repetir su hazaña. Pero la costra del pie me quedó de terror, como arena apelmazada flotando en mantequilla, y a pesar de que el relleno quedó perfecto de sabor, la consistencia dejó mucho que desear. Mi marido se burló otra vez de mi nuevo fracaso en el arte pastelero e insistió en que me quedara con la cocina salada que es lo que me sale bien, y sin recetas ni medidas. Pero yo no me rindo. Así que busqué una receta para repetir el experimento el próximo fin (aqui está la receta de Crónicas Gastronómicas), y juro que seguiré la receta como debe ser, sin inventos. A ver que sale.
No puedo dejar de pensar que mi negativa a seguir las instrucciones de una receta pueda ser algo cultural, y que por andar inventando e improvisando es que el terruño también se vé como mi experimento de este fin (desastroso), dejándo en la boca un sabor de frustración, en el ojo una espina y en la basura los restos y la pérdida de tiempo y dinero. Porque que bueno podría haber salido el experimento con los mismos ingredientes y las instrucciones adecuadas...
Ver También: En mi Cocina...